Nunca tan solo






*Tres historias de soledad escritas por alguien muy bien acompañado*



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Vomité, apoyado en un poste, todo el alcohol.
Te vi caminando por la calle del frente y te grite, limpiándome la boca con la manga del chaleco.
Y a pesar de que el grito de tu nombre hizo eco en la madrugada, no me miraste.
Me dejaste solo, al otro lado de la calle, sin ni siquiera una mirada de adiós.

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Escuché que las primeras notas comenzaban en la radio.
La música suave empezó.
Reconocí de inmediato el sonido de tu violín y lamenté no estar allí, viéndote tocar como siempre con tu vestido rojo y tu pelo suelto.
Y te extrañé. Apagué la radio y te extrañé.

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Tengo ya tantos años y el recuerdo de tu cuerpo sigue joven.
Quemándome cada día el estómago.
He visto algunos nietos morir y ya he olvidado sus rostros y algunos nombres.
He visto a nuestros hijos morir y no recuerdo a qué edad.
Nunca he cambiado nuestra casa y no la cambiaré.
Son muchas las cosas que nos mantienen unidos entre estas paredes.
Espero que algún día los lazos sean tan fuertes que me lleven a ti.

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